jueves, 18 de marzo de 2010

La Duna en la Biblioteca...


...y no nos llenó los ojos de arena, sino de dibujos y colores, de estética y de inventiva, de imágenes plásticas y divertidas. Se dejaron caer dos de La Duna -la asociación almeriense del cómic- por la biblioteca de nuestro instituto para montarnos una exposición y un taller, para acercarnos al apasionante mundo de la viñeta y la historieta gráfica. Dentro del Plan de Lectura y Biblioteca de nuestro instituto -que está en su año 0- está prevista la celebración de, al menos, un "acontecimiento especial" cada curso. El cómic, para empezar: Santiago Girón y Antonio Maldonado instalaron en la biblioteca del IES Murgi una exposición dividida en cuatro ámbitos: vitrinas que exhiben "los comics de la biblioteca"; paneles didácticos sobre creación de personajes, definición de planos y composición de páginas de una historieta; caricaturas de profesores/as; y blogs de dibujantes y guionistas de Almería. Todos los grupos de ESO visitaron la exposición, con formato de charla didáctica. Y además 20 alumnos/as asisitieron a un taller creativo del que esperamos surja la publicación de un fanzine en el último tramo del curso. Finalmente: estudiantes de bachillerato visitaron también la Exposición sobre Arte Digital en Ayuntamiento y Auditorio, guiados por el comisario de la misma, Andrés Hurtado.

Estas actividades se han incluido en la tradicional Semana Cultural del IES Murgi, que ha reunido un interesante abanico de propuestas de ocio creativo y cultural.

Para los/as interesados/as aquí dejamos el enlace con la web de La Duna.

martes, 16 de marzo de 2010

La dama boba. Acto II. Escena XV


(…)

FINEA No esperes,
Laurencio, verme jamás.
Todos me riñen por ti.
LAURENCIO Pues, ¿qué te han dicho de mí?
FINEA Eso agora lo sabrás.
¿Dónde está mi pensamiento?
LAURENCIO ¿Tu pensamiento?
FINEA Sí.
LAURENCIO En ti;
porque si estuviera en mí,
ya estuviera más contento.
FINEA ¿Vesle tú?
LAURENCIO Yo no, jamás.
FINEA Mi hermana me dijo aquí
que no has de pasarme a mí
por el pensamiento más;
por eso allá te desvía,
y no me pases por él.
LAURENCIO [Aparte.] Piensa que yo estoy en él,
y echarme fuera querría.
FINEA Tras esto dice que en mí
pusiste los ojos...
LAURENCIO Dice
verdad; no lo contradice
el alma que vive en ti.
FINEA Pues tú me has de quitar
luego los ojos que me pusiste.
LAURENCIO ¿Cómo, si en amor consiste?
FINEA Que me los quites, te ruego,
con ese lienzo, de aquí,
si yo los tengo en mis ojos.
LAURENCIO No más; cesen los enojos.
FINEA ¿No están en mis ojos?
LAURENCIO Sí.
FINEA Pues limpia y quita los tuyos,
que no han de estar en los míos.
LAURENCIO ¡Qué graciosos desvaríos!
FINEA Ponlos a Nise en los suyos.
LAURENCIO Ya te limpio con el lienzo.
FINEA ¿Quitástelos?
LAURENCIO ¿No lo ves?
FINEA Laurencio, no se los des,
que a sentir penas comienzo.
Pues más hay: que el padre mío
bravamente se ha enojado
del abrazo que me has dado.
LAURENCIO [Aparte.] ¿Mas que hay otro desvarío?
FINEA También me le has de quitar;
no ha de reñirme por esto.
LAURENCIO ¿Cómo ha de ser?
FINEA Siendo. Presto,
¿no sabes desabrazar?
LAURENCIO El brazo derecho alcé;
tienes razón, ya me acuerdo,
y agora alzaré el izquierdo,
y el abrazo desharé.
FINEA ¿Estoy ya desabrazada?
LAURENCIO ¿No lo ves?

[Escena XVI]

Entre NISE.- [Dichos.]

NISE Y yo también.
FINEA Huélgome, Nise, también,
que ya no me dirás nada.
Ya Laurencio no me pasa
por el pensamiento a mí;
ya los ojos le volví,
pues que contigo se casa.
En el lienzo los llevó,
y ya me ha desabrazado.
LAURENCIO Tú sabrás lo que ha pasado,
con harta risa.
NISE Aquí no.
Vamos los dos al jardín,
que tengo bien que riñamos.
LAURENCIO Donde tú quisieres vamos.

(Váyanse LAURENCIO y NISE.)

(en "cervantesvirtual.com", versos 653 a 716 de La dama boba de Lope de Vega, edición de Alonso Zamora Vicente. Y fragmento de La dama boba (2006), película de Manuel Iborra, con Silvia Abascal como Finea, José Coronado como Laurencio y Macarena Gómez como Nise.)

sábado, 6 de marzo de 2010

Leyendo La Celestina, III


(por Laura García Durán, 1º Bach. C)

Los dos salieron disparados, como alma que lleva al diablo hacia el salón. Se encontraron prácticamente el salón destrozado. Lazarillo corría de un lado a otro dando excusas de que él no había sido y Juan Tenorio corría tras él mientras pedía venganza. Lucía pegó un grito y ambos se quedaron totalmente quietos.
- ¿Qué se supone que hacéis? Si queréis que os llevemos de vuelta, yo que vosotros me comportaba.
- Mi bella dama, pido disculpas por todo lo causado. Seguro que os habéis llevado una imagen errónea de mí. Pero quiero que sepáis que soy un gran caballero digno de ser amado por…
- Alto ahí, Don Juan, no estoy interesada en alguien como usted y tú, Lazarillo, ¿qué se supone que haces?
- Este niño insolente pretendía coger mi espada.
- No señor, yo solo pretendía admirar su espada con detenimiento eso es todo. –El timbre de la puerta sonó.
- Vale, ya lo he entendido… -Adrián se acercó a la puerta para abrirla mientras Lucía les explicaba que no debían hacer nada de eso.
Al abrir la puerta, se encontró a una señora mayor, de unos 50 años, vestida con ropas extrañas, como las de Don Juan pero sin ese toque aristocrático. En cuanto la vio esta sonrió satisfecha.
- ¿Lucía? Creo que acabamos de encontrar a Celestina.
Conforme pasaban las horas, la desesperación se iba apoderando de los dos muchachos. Sin saber que hacer daban vueltas en torno a ellos. Aquellos personajes salidos de libros antiguos y que, gracias a ellos, revolucionaron el mundo de la literatura. Si tan siquiera sabían cómo habían salido, ¿cómo iban a saber cómo volver a meterlos en los libros? Y algo mucho más importante. Faltaba uno.
-Entonces ¿estás diciendo que si hago eso podré encandilar a las muchachas y podrán ser mías por docenas?
- Por supuesto que sí. Si haces lo que yo te digo ¡tendrás hasta la mismísima Princesa del país que tú quieras!
- Basta, Celestina, no puedes decirle esas cosas a Don Juan. -Celestina y Juan habían estado conversando estrechamente durante esos minutos de caos. Ambos parecían muy amigos. Él había dado con la resolución de la seducción de mujeres y ella estaba haciendo su agosto. –Tenemos que esperar hasta que Lucía llegue con Quijote así que tenéis que manteneros en silencio.
- No se preocupe, señor Adrián, también puedo conseguirle a cualquier muchacha que usted quiera por un precio razonable. Usted ya sabe que soy una mujer de palabra.
- Disfruta con esto, ¿no es así?

Mientras tanto, en la otra parte de la ciudad, Lucía buscaba desesperada al personaje de ficción que faltaba. No sabía dónde podía estar pero podría causar mucho revuelo. Si con unos molinos de viento se puso histérico, Lucía se temía lo peor cuando viera lo que le esperaba en este tiempo. Fue hacia todos los rincones importantes de la ciudad. Preguntó a indefinidas personas si alguien lo había visto pero no lograba hallarlo. ¿Y si Quijote fuera el único que no había cobrado vida? Fue entonces cuando descubrió un gran revuelo en un parque. Un loco desgarbado se había subido a una de las estatuas y estaba conversando con ella

-¡Cómo te atreves a cuestionarme! Sé que tengo razón y Sancho se equivocaba. Por supuesto que derroté a grandes gigantes. –Lucía se acercó a él.
- Señor, ¿Es usted Don Quijote de la Mancha? –El hombre se giró hacia ella
- Don Quixote, señorita. ¿Y vos sois?
- Soy… prima de Dulcinea del Toboso. –Lucía tuvo que mentir. Pero con esa mentira sabía que ganaría su confianza.
- Oh, mi querida Dulcinea, Lirio de mis ojos y la única en mi corazón. Mis disculpas, caballero, tendremos que dejar nuestra pequeña conversación para otro momento. ¿Sabes dónde está Dulcinea, prima de mi querida Dulcinea? - Dijo, mientras bajaba de la estatua y se acercaba a Lucía.
- Por supuesto, señor. Si me permite, ella te está esperando y desea veros de inmediato. Si me acompañáis.
- Oh, claro que sí. ¿Vosotros, los de este pueblo, no habláis mucho no es así? Antes he intentado hablar con ese señor porque no sabía dónde me encontraba y no obtenía respuesta. –Lucía forzó una sonrisa. Suspiró de alivio cuando vio que no había ocurrido nada extraño. Ahora le tocaba la peor parte, llevarlo de vuelta a casa sin que se alarmara de nada extraño y así fue. De camino a casa hubo varios percances con camiones que parecían dragones y extraños caballos que iban a dos patas. Pero gracias a que Lucia había leído anteriormente de Quijote supo manejar la situación.

Nada más llegar le esperaba el resto de personajes vivientes. Solo faltaba saber cómo poder regresarlos a sus libros. Todo el tiempo lo pasaron intentando averiguar cómo salieron de los libros. Cada personaje narró sus aventuras y como aparecieron cada uno en esa ciudad extraña para ellos. Cuando se dieron cuenta ya había anochecido. Instalaron a los dos caballeros junto con el niño y Adrián en el salón y Lucía se fue con Celestina.

Pasaron varios días después de la llegada de estos personajes tan curiosos y extraños. Lucía recuerda con cariño cómo fue que ocurrió todo aquello. Primero, se había encontrado a un niño que se llamaba Lazarillo y en varias ocasiones lo pilló haciendo una de las suyas. En una ocasión lo pilló hurgando en la nevera a altas horas de la noche. Poco después encontraron a Don Juan Tenorio que quería enamorarla y engatusarla con bonitas palabras. Luego apareció Celestina que le dio la tabarra con que debía ayudarla y ser su pupila, hasta hubo un momento en el que ayudó a Don Juan Tenorio a conquistarla. Por último, y no menos importante, Don Quijote, que le hizo ver las cosas mágicas del mundo que la rodeaba.

El tiempo había pasado rápido y todo lo que antes parecía un sueño ahora lo estaba viviendo con mucha intensidad. Del revuelo de no saber qué hacer a la rutina diaria. Y una noche en la que Lucía durmió profundamente notó un cambio. Algo que no estaba antes y ahora si lo estaba. Fue entonces cuando la luz del amanecer comenzó a molestarle. Abrió los ojos poco a poco. Se encontraba en su cuarto pero no era como antes, Celestina ya no se encontraba. Miró extrañada a su alrededor y no había señales de ella. En su lugar encontró un libro encima de su mesita de noche. Bajó corriendo las escaleras y comprobó lo que sospechaba desde el mismo momento en que se levantó. Miró el calendario y fue entonces cuando las sospechas fueron corroboradas. Sonrió, fue a la cocina y cogió el reloj que colgaba de la pared. Subió las escaleras y se acercó hacia donde estaba Adrián profundamente dormido. Aun seguía por la misma página. Dio cuerda al reloj y lo puso cerca de su hermano. Tres, dos, uno… El reloj comenzó a sonar.

viernes, 5 de marzo de 2010

Leyendo La Celestina, II


(por Laura García Durán, 1º Bach. C)

Lucía pegó un chillido. Todas las personas se giraron hacia ella mientras le silbaban para que se callase. El niño que se hacía llamar Lazarillo se encontraba sentado justo en frente de ella.
- ¿Por qué me persigues, niño? ¿Es que acaso no te he dicho que te fueras con tus padres?
- ¿Si ni siquiera sé donde estoy como me voy a ir, bruja?
- Te he dicho que no soy una bruja.
- ¿Quién es este niño, Lucía? -Adrián, que había estado observando la conversación, dejó su libro en la mesa.
- Se hace llamar Lazarillo, como Lazarillo de Tormes. Se cree que es él.
- No me lo creo, bruja, soy Lázaro González Pérez.
- ¿De verdad? –le preguntó interesado Adrián.
- Por supuesto, señor, y yo nunca miento. –Adrián y Lucía se miraron mutuamente. Lucía se cruzó de brazos mientras lo observaba con detenimiento.
- Esta bien, Lazarillo, ¿Qué es lo que quieres?
- Que me devolváis junto a mi amo.
- Esta bien, pero tienes que decirnos donde está.
- No lo sé, porque esa bruja me ha enviado vaya usted a saber dónde. –Lucía carraspeó. Lazarillo y Adrián se pusieron de acuerdo en que lo devolvería a su casa.
De vuelta a casa, Lucía no paró de echar maldiciones por todos lados mientras que Lazarillo le contaba a Adrián todas sus aventuras vividas y este tomaba nota de todo aquello que decía. Cuando llegaron a la puerta de su casa, encontraron un cuerpo tirado en las escaleras. Asustados, fueron corriendo hacia él y era un hombre joven desmayado. Este llevaba ropas extrañas, de otra época. Decidieron meterlo en su casa y darle un poco de agua. Lo tumbaron en el sofá mientras que Lucía le enseñaba la casa a Lazarillo. Este no paraba de toquetear las cosas y más de una acabó rompiéndose, llevando a la desesperación a Lucía. Mientras tanto, Adrián le daba de beber al hombre que, con el roce del agua, se despertó alzándose de golpe del sofá.
- ¿Quién sois vos? ¿Dónde estoy?
- Tranquilícese, soy Adrián y acabamos de encontrarte en la calle tirado.
- ¿Yo, tirado? Aún estas soñando, joven ingenuo. Yo, Don Juan, el gran conquistador y seductor de mujeres, te pide, Señor…
- Adrián.
- …Señor Adrian, que me digas, de inmediato, donde estoy y que me lleves de vuelta a mi casa.
-¿Qué es todo este jaleo? –Lucía llegó de inmediato al lado de su hermano y miró desconfiada al hombre. Este, nada más verla, se arregló la ropa y se acercó a ella.
- Bella señora, le pido disculpas por mi rudo comportamiento de hace un instante. Este señor y yo estábamos discutiendo sobre el lugar donde nos encontramos pero, al verla a vos, no queda duda de que me hallo en el mismísimo cielo. –Le cogió la mano y se la besó. Lucía la retiró enseguida llevando al desconcierto al hombre.
- ¿Quién eres, si se puede saber? –Preguntó Lucía.
- Oh sí, que descortés de mi parte. Me llamo Don Juan Tenorio y es un honor, señorita. –Juan se inclinó ante ella a modo de saludo.
- ¿Don Juan Tenorio? –Lucía miró a Adrian y esta empezó a reírse. –Oh, vamos, lo que me faltaba.
- Bueno, seguro que esto ha sido obra de Don Luis Mejía. Ese granuja. Seguro que quiere ganar la apuesta pero de este modo no lo conseguirá.
- Bueno, si no os importa, mi hermana y yo tenemos que debatir un asunto. Así que, por favor, quedaos aquí. –Adrián cogió del brazo a Lucía y la arrastró a la habitación del gran ventanal. En el camino, se encontró a Lazarillo que miraba, curioso, el reproductor de música. Lucía se lo quitó de las manos y de una mirada envió al chiquillo junto con el hombre descabellado del salón.
- ¿Qué demonios es lo que está ocurriendo? –Preguntó en voz alta a Lucía. Esta se sentó en una de las sillas.
- Una de dos, o es una broma, o tenemos a Don Juan Tenorio y a Lazarillo de Tormes en nuestro salón ahora mismo. –Soltó Lucía sin pensárselo dos veces.
- Eso es IMPOSIBLE. Son personajes de ficción creados por una persona que se aburría y que tenía demasiado tiempo libre.
- Y entonces, ¿como lo explicas? Uno por uno han ido apareciendo. Primero Lazarillo y ahora Don Juan. Esto no puede ser una simple coincidencia, Adrián, ambos son los personajes de ficción más famosos de toda la historia ¡y los tenemos en el salón de casa!
- No bromees, Lucía. Esto es serio.
- ¿Y cómo quieres que me lo tome? Si no, puedes comprobarlo. Ya has hablado con el niño. Te ha descrito a la perfección sus aventuras que son exactamente las mismas que las de Lazarillo de Tormes y si le preguntas a Juan Tenorio seguro que es más de lo mismo. – mbos quedaron en silencio.
Adrián comenzó a observar la habitación y a pasearse de un lugar a otro. Tropezó con un trozo de papel arrugado. Pensó que debió desprenderse de uno de los libros aguados del trabajo de lengua.
- Ya está… ¡los libros! –Lucía le miró mientras este saltaba emocionado dando botes por todos lados, como si hubiera encontrado la aguja del pajar. –Dejamos la ventana abierta esta mañana y las páginas de los libros estaban completamente arruinadas, con la tinta corrida. ¿Y si debido a ello hemos dado vida a esos personajes? –Lucía formó una O con su boca.
- Vale, ahora sí que estoy asustada. Tengo dos locos en el salón y ahí un tercero que ha vivido conmigo durante 16 años. –Adrián suspiró de resignación y se sentó al lado de su hermana.
- Tú has sido la que ha empezado con esto de los personajes vivientes.
- Está bien, sí, tienes razón. Entonces lo único que tenemos que hacer es devolverlos al mundo de los libros, ¿no es cierto? –Adrián asintió con la cabeza. De repente se puso de pie de un salto movido por un presentimiento.
- Lucía, eran cuatro libros los que se arruinaron, ¿recuerdas? Si Don Juan Tenorio y Lazarillo de Tormes están aquí, Entonces ¿dónde están Celestina y Quijote?
Un ruido fuerte procedente del salón acabó con la conversación de ambos...
(continuará)

jueves, 4 de marzo de 2010

Leyendo La Celestina, I


(por Laura García Durán, 1º Bach. C)


Al amanecer, la luz del sol se filtraba por las rejillas de la persiana del gran ventanal. Los pequeños rayos del sol hacían que su pelo tomara un color anaranjado. El silencio inundaba la sala a salvo de su respiración, lenta y pausada. Unos pasos silenciosos comenzaron a acercarse a la persona soñolienta de la mesa. Tres, dos, uno… Y el reloj de la cocina comenzó a dar sus habituales campanadas demasiado ruidosas y cercanas como para encontrarse en la cocina, al otro lado de la casa. El muchacho levantó de inmediato la cabeza y pegó un bote sobre el asiento que resbaló, cayó al suelo. Una carcajada inundó la sala.
- Lucía, ¿qué se supone que haces con el reloj de la cocina? –Lucía no paraba de reírse. Entre sus manos se encontraba el dichoso reloj.
- Lo siento, Adri, estabas tan mono durmiendo que no he podido evitarlo.
- Ya, claro. Aparta eso de mí, ¿quieres? –Adrián se levantó del suelo y volvió a colocar la silla cerca de la mesa.
- Veo que te has quedado dormido otra vez mientras leías. Te dije que leyeras el libro antes pero nunca me haces caso y no es culpa mía que siempre dejes los trabajos para el final. –Adrián le hecho una mirada reprobatoria. Él sabía que ella también se había quedado hasta las tantas leyendo “La Celestina”. Abrió la gran ventana para que entrara el frescor del viento.
- La entrega del trabajo es para dentro de 4 días y aún no he terminado de leer 2 de los 4 libros enviados. Al final acabaré viéndome la película y haciendo el trabajo sobre ella. –Esta vez fue Lucia quien le dirigió la mirada.– Por cierto, ¿sabes que he soñado algo rarísimo esta noche?
- Pues como no sea con tu cara.
- ¡Ja, ja, ja! Mira qué gracia me hace. No, en serio, he soñado con que Lazarillo de Tormes y don Quijote me visitaban. –Lucía lo miró extrañada.
- No es posible, si yo he soñado con que Celestina me liaba con Don Juan.
Adrián comenzó a reír. Lucía se sonrojó y le pegó un puñetazo en el hombro.
- Hermana mía tenías que ser. – Ambos se sonrieron y empezaron a cambiarse y preparase para el instituto. Mientras que uno preparaba la mochila, la otra terminaba de arreglarse. Nada más terminar cerró la puerta y marcharon hacia el instituto.
Durante el día, comenzó a nublarse el cielo y empezó a llover pocos minutos después. Entre clase y clase, ambos hermanos se dedicaban a leer pero ese día era especial. Ambos se habían olvidado sus libros justo encima de la mesa que se encontraba cerca del gran ventanal.
Cuando llegaron a casa se encontraron la sala totalmente encharcada y los libros mojados.
- Perfecto, se te ha olvidado cerrar la ventana. Bien hecho, hermanito.
- Madre mía… los libros están completamente mojados. –Adrián se acercó a ellos. El gran libro del “Quijote” estaba completamente empantanado de agua, las letras del “Lazarillo de Tormes” se habían borrado y los otros dos libros, “Don Juan” y “La Celestina” habían corrido su misma suerte.
-Y ahora ¿qué hacemos? Tengo que terminar de leer “La Celestina” y ahora el libro está completamente destrozado ¿Cómo piensas pagármelo? –Mientras Lucía se desesperaba recogiendo el agua del suelo, Adrián intentaba secar los libros con el secador del pelo.
- Vale, perdona, pero no soy el único que vive aquí. Tú también podrías haberte acordado de cerrar la ventana. Esto no funciona –dijo, mientras golpeaba el libro contra el suelo– Me voy a la biblioteca, ¿te vienes?
Por mucho que la lluvia había cesado, la calle estaba medio inundada. Ambos hermanos no hablaron en el transcurso del camino hacia la biblioteca. La tensión que había entre ambos era palpable en el ambiente. Adrián tiró los libros en un contenedor cercano a la biblioteca y comenzó a leer nada más encontrar el libro que andaba buscando. Sin embargo, Lucía se tiró un buen rato recorriendo toda la biblioteca en busca de “La Celestina”. Su desesperación iba en aumento al igual que su enfado hacia su hermano que lo culpaba por haber destruido su libro. Cuando se dio por vencida a la décima vez que se recorrió la biblioteca se sentó en el suelo y se cruzó de brazos aguantando las lágrimas que querían salir de sus ojos. Intentaba convencerse de que sólo había sido un accidente y que el hecho de no encontrar el libro solo fuera una casualidad. Cerró los ojos y comenzó a respirar. “Expira, inspira… Expira, inspira… Cálmate, Lucía, no es para tanto”, pensaba.
- Señorita, ¿le puedo ayudar en algo? ¿Quizás necesita un guía? –Lucía abrió los ojos. Ante ella se encontraba un niño desgarbado vestido con trapos antiguos y sucios. Lucía lo miró con desconfianza al principio, pero después pensó que era solo un niño
- Quizás el que necesita ayuda eres tú, pequeño, ¿te has perdido? ¿Qué haces que estás tan sucio? –le respondió mientras se levantaba y le inspeccionaba de arriba abajo.
- Bueno sí, quizás me pueda ayudar, bella dama. Antes estaba con mi amo, un hidalgo un tanto sofisticado y patético y de repente me he encontrado con usted. Pensé que quizás era una bruja que me había echado algún tipo de encantamiento extraño. –Lucía quedó perpleja.
- ¿Perdona? ¿Que soy qué? ¿Quién demonios eres tú?
- Me llaman Lázaro González Pérez pero todo el mundo me llama Lazarillo de Tormes, porque nací en el río Tormes. Así que si es usted una bruja y no quiere que la quemen en la hoguera yo que usted me devolvía donde estaba –El niño le sonrió de oreja a oreja.
- Lazarillo… ¿Lazarillo de Tormes no? –El niño asintió con la cabeza sin dejar de sonreír.– Ya claro, y yo soy Julieta Capuleto. Anda ya y vuelve con tus padres.
Lucía comenzó a caminar hacia la mesa de su hermano. Por dentro comenzó a reírse pero sus carcajadas no sonoras cesaron cuando se dio cuenta de que el niño la seguía. La muchacha comenzó a andar acelerando el paso y pronto se vio corriendo dando vueltas por toda la biblioteca. Giró varias estanterías y el niño ya se encontraba en el otro extremo. Cuando vio que el niño se despistaba, cogió un sombrero de copa de uno de los hombres que había sentado en una de las mesas y se enfundó la bufanda que, gracias a Dios, se había acordado de llevar ese día. Comenzó a andar a paso lento. Parecía que el niño ya no la seguía por lo que nada más llegar junto a su hermano, cayó rendida en la silla contigua. Este la miró extrañado.
- ¿Y ese gorro?
- No importa, lo que importa es que ya estoy a salvo.
- ¿A salvo de quién, señorita?
(continuará)