sábado, 6 de marzo de 2010

Leyendo La Celestina, III


(por Laura García Durán, 1º Bach. C)

Los dos salieron disparados, como alma que lleva al diablo hacia el salón. Se encontraron prácticamente el salón destrozado. Lazarillo corría de un lado a otro dando excusas de que él no había sido y Juan Tenorio corría tras él mientras pedía venganza. Lucía pegó un grito y ambos se quedaron totalmente quietos.
- ¿Qué se supone que hacéis? Si queréis que os llevemos de vuelta, yo que vosotros me comportaba.
- Mi bella dama, pido disculpas por todo lo causado. Seguro que os habéis llevado una imagen errónea de mí. Pero quiero que sepáis que soy un gran caballero digno de ser amado por…
- Alto ahí, Don Juan, no estoy interesada en alguien como usted y tú, Lazarillo, ¿qué se supone que haces?
- Este niño insolente pretendía coger mi espada.
- No señor, yo solo pretendía admirar su espada con detenimiento eso es todo. –El timbre de la puerta sonó.
- Vale, ya lo he entendido… -Adrián se acercó a la puerta para abrirla mientras Lucía les explicaba que no debían hacer nada de eso.
Al abrir la puerta, se encontró a una señora mayor, de unos 50 años, vestida con ropas extrañas, como las de Don Juan pero sin ese toque aristocrático. En cuanto la vio esta sonrió satisfecha.
- ¿Lucía? Creo que acabamos de encontrar a Celestina.
Conforme pasaban las horas, la desesperación se iba apoderando de los dos muchachos. Sin saber que hacer daban vueltas en torno a ellos. Aquellos personajes salidos de libros antiguos y que, gracias a ellos, revolucionaron el mundo de la literatura. Si tan siquiera sabían cómo habían salido, ¿cómo iban a saber cómo volver a meterlos en los libros? Y algo mucho más importante. Faltaba uno.
-Entonces ¿estás diciendo que si hago eso podré encandilar a las muchachas y podrán ser mías por docenas?
- Por supuesto que sí. Si haces lo que yo te digo ¡tendrás hasta la mismísima Princesa del país que tú quieras!
- Basta, Celestina, no puedes decirle esas cosas a Don Juan. -Celestina y Juan habían estado conversando estrechamente durante esos minutos de caos. Ambos parecían muy amigos. Él había dado con la resolución de la seducción de mujeres y ella estaba haciendo su agosto. –Tenemos que esperar hasta que Lucía llegue con Quijote así que tenéis que manteneros en silencio.
- No se preocupe, señor Adrián, también puedo conseguirle a cualquier muchacha que usted quiera por un precio razonable. Usted ya sabe que soy una mujer de palabra.
- Disfruta con esto, ¿no es así?

Mientras tanto, en la otra parte de la ciudad, Lucía buscaba desesperada al personaje de ficción que faltaba. No sabía dónde podía estar pero podría causar mucho revuelo. Si con unos molinos de viento se puso histérico, Lucía se temía lo peor cuando viera lo que le esperaba en este tiempo. Fue hacia todos los rincones importantes de la ciudad. Preguntó a indefinidas personas si alguien lo había visto pero no lograba hallarlo. ¿Y si Quijote fuera el único que no había cobrado vida? Fue entonces cuando descubrió un gran revuelo en un parque. Un loco desgarbado se había subido a una de las estatuas y estaba conversando con ella

-¡Cómo te atreves a cuestionarme! Sé que tengo razón y Sancho se equivocaba. Por supuesto que derroté a grandes gigantes. –Lucía se acercó a él.
- Señor, ¿Es usted Don Quijote de la Mancha? –El hombre se giró hacia ella
- Don Quixote, señorita. ¿Y vos sois?
- Soy… prima de Dulcinea del Toboso. –Lucía tuvo que mentir. Pero con esa mentira sabía que ganaría su confianza.
- Oh, mi querida Dulcinea, Lirio de mis ojos y la única en mi corazón. Mis disculpas, caballero, tendremos que dejar nuestra pequeña conversación para otro momento. ¿Sabes dónde está Dulcinea, prima de mi querida Dulcinea? - Dijo, mientras bajaba de la estatua y se acercaba a Lucía.
- Por supuesto, señor. Si me permite, ella te está esperando y desea veros de inmediato. Si me acompañáis.
- Oh, claro que sí. ¿Vosotros, los de este pueblo, no habláis mucho no es así? Antes he intentado hablar con ese señor porque no sabía dónde me encontraba y no obtenía respuesta. –Lucía forzó una sonrisa. Suspiró de alivio cuando vio que no había ocurrido nada extraño. Ahora le tocaba la peor parte, llevarlo de vuelta a casa sin que se alarmara de nada extraño y así fue. De camino a casa hubo varios percances con camiones que parecían dragones y extraños caballos que iban a dos patas. Pero gracias a que Lucia había leído anteriormente de Quijote supo manejar la situación.

Nada más llegar le esperaba el resto de personajes vivientes. Solo faltaba saber cómo poder regresarlos a sus libros. Todo el tiempo lo pasaron intentando averiguar cómo salieron de los libros. Cada personaje narró sus aventuras y como aparecieron cada uno en esa ciudad extraña para ellos. Cuando se dieron cuenta ya había anochecido. Instalaron a los dos caballeros junto con el niño y Adrián en el salón y Lucía se fue con Celestina.

Pasaron varios días después de la llegada de estos personajes tan curiosos y extraños. Lucía recuerda con cariño cómo fue que ocurrió todo aquello. Primero, se había encontrado a un niño que se llamaba Lazarillo y en varias ocasiones lo pilló haciendo una de las suyas. En una ocasión lo pilló hurgando en la nevera a altas horas de la noche. Poco después encontraron a Don Juan Tenorio que quería enamorarla y engatusarla con bonitas palabras. Luego apareció Celestina que le dio la tabarra con que debía ayudarla y ser su pupila, hasta hubo un momento en el que ayudó a Don Juan Tenorio a conquistarla. Por último, y no menos importante, Don Quijote, que le hizo ver las cosas mágicas del mundo que la rodeaba.

El tiempo había pasado rápido y todo lo que antes parecía un sueño ahora lo estaba viviendo con mucha intensidad. Del revuelo de no saber qué hacer a la rutina diaria. Y una noche en la que Lucía durmió profundamente notó un cambio. Algo que no estaba antes y ahora si lo estaba. Fue entonces cuando la luz del amanecer comenzó a molestarle. Abrió los ojos poco a poco. Se encontraba en su cuarto pero no era como antes, Celestina ya no se encontraba. Miró extrañada a su alrededor y no había señales de ella. En su lugar encontró un libro encima de su mesita de noche. Bajó corriendo las escaleras y comprobó lo que sospechaba desde el mismo momento en que se levantó. Miró el calendario y fue entonces cuando las sospechas fueron corroboradas. Sonrió, fue a la cocina y cogió el reloj que colgaba de la pared. Subió las escaleras y se acercó hacia donde estaba Adrián profundamente dormido. Aun seguía por la misma página. Dio cuerda al reloj y lo puso cerca de su hermano. Tres, dos, uno… El reloj comenzó a sonar.