(a Pablo Picasso, que me envió una paloma)
Una sílaba.
Una sílaba sola.
Una radiante sílaba sin tregua,
de sosegada piel y corazón de fuego,
está a tu puerta –mira- con una estrella humana
y una dulce mirada de concordia.
Recoge su pureza,
su vuelo sobre raudos meridianos.
Otras sílabas viven en su breve
cintura melodiosa.
Yo, al pronunciarlas, digo:
hombre, creación, sonrisa, futuro, espiga, luz,
y en los labios me brota una paloma.
Una sílaba.
Una sílaba sola.
Tres letras comulgando con la vida.
Van de oriente a occidente,
de polo a polo, como un aura virgen,
entran en el hogar de la pobreza,
en el templo, la plaza y el palacio,
se posan en los hombros del anciano,
en el grávido vientre, sobre el sueño
de la novia fragante,
y en todas partes se derraman, dejan
un destello, un aroma, una esperanza.
Una sílaba.
Es una sola sílaba inocente.
Como un disparo suena en la garganta
y es un disparo que el amor dirige
a la muerte.
Los traficantes de la guerra quieren
destruir su plumaje, sepultarlo
entre tinieblas espantosas.
Pero
del árbol de la tierra nacen brazos,
de los valles del aire corazones
para impedir el crimen.
Mira el rostro
de aquella multitud: cantando avanza
al horizonte, suya es la alegría,
suya la fe que a la victoria lleva,
una noble victoria de tres letras.
Sin armas,
sin lamentos,
sin estragos.
Una sílaba.
Es una sola sílaba amorosa.
Acógela,
defiéndela.
A tu puerta
llamando está.
Jugar pudiera un niño
con su armonioso cuello de avecica,
y es tan grande y eterna como el mar.