Por Celeste Santellán Fernández (1º ESO
–E)
"Estaba aburrida, hacía viento. Decidí
darme una vuelta por el diccionario. Empecé por la “A”, atravesé abad, abadía, abajo y me detuve en abalorio. Me enteré de que un abalorio es una cuenta de vidrio
perforada que sirve para hacer collares. Giré hacia mi derecha, atravesé abdominal, abecedario, abedul, abeja,
abejorro, ablandar y dirigí mis pasos a abnegado,
que resultó ser una persona generosa, que se sacrifica y se dedica a algo sin
esperar nada a cambio. Tropecé en abofetear,
en abogado y en abolición, que es una anulación o suspensión de una costumbre o de
una ley, pero en seguida vi abstemio
delante de abstención y resultó que
el tal abstemio era alguien que no bebe bebidas alcohólicas. Seguí con aerosol, afable, afán y decidí hacer una
pausa en afín, que es algo próximo o
semejante. Salté a amargar y amarrar, y como no me gustan las ataduras me fui a descansar."
(Apenas quedaban cinco minutos para que
acabase la clase de Lengua. Habíamos estado viendo el “Uso del diccionario”
(página 37 / unidad 2). El murmullo iba en aumento. Era la última hora de un
día agotador y teníamos hambre. Fue entonces cuando la maestra levantó la voz y
nos dijo: “para mañana los ejercicios 8, 9, 10, 11, 12…”. De ese ejercicio
número 12, basado en un texto del escritor Juan José Millás, surge este breve
relato que, al día siguiente, leí en voz alta y que a mi maestra Ángeles pareció
gustarle.)
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