jueves, 14 de marzo de 2013

Cadáver exquisito de lecturas



Los poetas surrealistas jugaban a componer poemas colectivos verso a verso. Cada poeta un verso, pero sin leer lo que los demás habían escrito antes… Así creaban un cadáver exquisito. A veces, con los libros de lectura, también jugamos a componer cadáveres exquisitos.

Instrucciones para fabricar un cadáver exquisito de lecturas:

M.C. Escher
Son necesarios algunos chicos y chicas mientras leen silenciosamente un libro. Cada cual el suyo. Todos diferentes. El profesor, por sorpresa, pide que uno de ellos lea un fragmento en voz alta, el párrafo por donde va leyendo justo en ese momento. Luego se va cambiando al azar de lector y de libro. Normalmente la conexión entre unos párrafos y otros carece de sentido (o, mejor: tiene un sentido poético surrealista). Pero también, a veces, surge una conexión lógica, y podrían estar escritos por la misma mano. 



Eso (casi) sucedió el pasado martes y este es el resultado:

 “La casa estaba cerca de la playa. Era un una construcción grande y vieja donde no había vivido nadie durante años. De vez en cuando alguien forzaba una ventana o una puerta y pasaba allí la noche, pero nunca se quedaba más tiempo…”

“La gente parece pensar que la vida es fácil cuando estás muerto. Pero creedme la cosa no es así. Para empezar, los adultos siguen acercándose a ti y te dicen:
-¡Eh, tú! Eres demasiado pequeño para ir solo por ahí, ¿eh? ¿Estás buscando a tu madre?
-No, ella está todavía viva, yo he muerto antes que ella.
-Eso no está nada bien.
Como si hubiera algo que pudieras hacer para cambiarlo todo y fuera culpa tuya no seguir respirando…”

“-Te has hecho muy amigo de ese, ¿no?
-¿Por qué lo dices? –respondió  Manuel mirando para los otros como si no entendiese-  ¡Ah!, lo dices por el saludo  -hizo una pausa para sentarse y colocar las bebidas en su sitio, el tapete en el medio y la baraja cerca de Alejandro-. No lo sé, ayer me hizo él así, me puso la mano y yo se la choqué –observa a sus amigos, extrañado-. ¿Qué pasa, idiotas?, ¿no puedo hacer eso?
-¿Estuviste ayer aquí? –preguntó Toni.
-Sí, claro que sí. Y también vine el viernes…”

“-¿Alguien sabe qué hace falta para hacer teatro?
-¡Yo! ¡yoyoyoyoyoyoyó! Un decorado.
-¡Yo, yo! Disfraces.
-¡Yoyoyó! Luces y sonido.
-¡Yo! Utilería.
-¿Utilería? ¿Qué es eso tan raro de la utilería?
-Son las cosas que se sacan a escena. Si es una obra de terror, se necesitan ataúdes, murciélagos de plástico, candelabros con velas encendidas, puertas que chirrían...
-¡Mi madre, que miedo...!
-O sea, que necesitamos unos disfraces de pirata, un decorado, maquillaje y la... la verdulería esa.
-La utilería...
-¡Eso! ¿Y en qué consiste la utilería en una obra de piratas?
-Vamos a pedir ayuda. Señoras y señores, por veinticinco pesetas: objetos de utilería necesarios para montar una obra de piratas como, por ejemplo, una pata de palo. Un, dos, tres...
-Una espada.
-Un barril de ron.
-Un garfio.
-Un barco velero.
-Un plano de tesoro.
-Una isla desierta.
-Una bandera negra con una calavera y dos tibias cruzadas…”

“Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley la fuerza y el viento,
mi única patria la mar...”

Leyendo con atención descubrimos las costuras de este cadáver, pero no es tan fácil averiguar que pertenecen a cinco libros distintos: 

que Asmae El Kachaf leía Historias de miedo, de Alvin Schwartz, que Juan Fernández leía Más allá, de Alex Shearer, que Alejandro Serrano leía Un bosque lleno de hayas, de Francisco Castro, que Jason Tipantaci leía Segismundo y compañía, de Fernando Lalana, y que Blanca Reyes leía la “Canción del Pirata”, en la antología poética El árbol amarillo, de Gloria Rey.

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